FUNDACIÓN EN LA CASA DE LA CONCORDIA (1873)

La Casa de San José en Salamanca, lugar que vio nacer a la Congregación el 8 de diciembre de 1872, no era un espacio lo suficientemente amplio como para comenzar la misión apostólica por la enseñanza con la que soñaban la madre Cándida y la comunidad, cada vez más abundante, de Hijas de Jesús que la acompañaban.

Con la intervención material de los marqueses de Castellanos, quienes se hicieron cargo del alquiler durante algo más de dos años, las Hijas de Jesús llegan a la Casa de la Concordia, en la calle San Pablo de la capital salmantina, en febrero de 1873.

Fue necesario realizar algunas obras en la casa, pero antes de acabar las reformas, y con la comunidad ya instalada, el ayuntamiento tomó la decisión de derribar parte de la fachada para ampliar la calle. Este acontecimiento, que dejó a las Hijas de Jesús sin muros del edificio y con algunas habitaciones inhabitables un largo periodo, infundió en ellas la idea de que la obra y la misión a iniciar era de Dios.

En 1873, fue imposible abrir las clases, situación que la madre Cándida aprovechó para hacer más sólida la preparación de la comunidad ante el comienzo decidido de la misión educativa. Por su parte, Cándida María aprovechó para completar las Constituciones de cara a la emisión de los Primeros Votos, de los que también será testigo la Casa de la Concordia, el 8 de diciembre de 1873.Por fin, el 1 de enero de 1874, arreglado convenientemente el edificio, se abrió el primer colegio de las Hijas de Jesús, Colegio Purísima Concepción. Comenzaron a acudir a sus clases pensionistas internas, externas, niñas pobres y adultas en la escuela dominical, haciendo realidad el universalismo querido y realizado por la madre Cándida de “una educación de las niñas de todas las clases sociales”.
La madre Cándida, seguramente movida por su dedicación desde sus primeros años a servir, se reservó la atención directa de las dominicales, que en su mayoría eran jóvenes sirvientas que aprovechaban su día libre para recibir formación espiritual e instrucción.
Comenzaba a hacerse realidad con este primer colegio aquel deseo de la madre Cándida de que “vengan muchas niñas a nuestros colegios, para que reciban una cristiana educación y, por este medio, ganar muchas almas para Dios”.
El colegio permaneció abierto hasta que el aumento de niñas y de Hijas de Jesús hizo necesario su traslado a Montellano en 1877.

FUNDACIÓN EN PEÑARANDA DE BRACAMONTE (1875)

Comenzaba el año 1875, tres años después de la fundación, y un nuevo proyecto se abría para las Hijas de Jesús.

Antes de dejar la diócesis, el obispo de Salamanca, Lluch y Garriga, ofreció a las Hijas de Jesús la primera posibilidad de expansión apostólica fuera de la capital: la apertura de un nuevo colegio en Peñaranda de Bracamonte.

Peñaranda, a 40 kilómetros de Salamanca, era una villa de ocho mil habitantes con gran prosperidad material, pero, a ojos del obispo, un tanto fría y distante en lo referente a la vida cristiana. Por eso, el nuevo colegio, era un objetivo bueno para lo que se proponía el prelado: renovar la vida de los peñarandinos y orientarla hacia Dios, comenzando por la niñez y la juventud

Coincidía esta propuesta del obispo con el deseo compartido por carta por el padre Herranz a la madre Cándida de pensar en Peñaranda para una nueva fundación, “por ser un pueblo grande en el que se pudiera hacer mucho».

Lugar propicio también para que las Hijas de Jesús desarrollarán su proyecto apostólico de “estar dispuestas para ir a cumplir sus oficios en los pueblos que fueren más necesitados de nuestras escuelas; y en los que podamos promover la gloria de Dios y el bien de nuestros prójimos, más que nuestro propio bienestar o utilidad personal”.

Ante todas estas coincidencias, la madre Cándida entiende que Peñaranda era un regalo de Dios y no iba a despreciarlo. Con el ánimo bien dispuesto y movida por la fe, al pedir la bendición del obispo, le dijo que “aquella misma tarde tomaría asiento en el coche para ir a Peñaranda y, si no había coche, que iría en carro, si no en burro y si no a pie…”.

Dicho y hecho. En el coche de las dos de la tarde salía rumbo a Peñaranda. La acompañaban la H. Emilia Torrecilla y la H. Isabel Antón. A la mañana siguiente ya tenían casa en la Plaza de la Constitución nº3. Su propietaria, doña Adela del Castillo, se la alquiló por 475 pesetas anuales.

Una semana fue suficiente para preparar la casa-colegio. Las Carmelitas Descalzas de Peñaranda, donde la madre Cándida encontró siempre apoyo y cercanía fraterna, les proporcionaron algunas sillas y mesas. En el mercado local adquirieron los utensilios imprescindibles para comenzar la misión en unas condiciones de pobreza muy extrema.

Con quince niñas y once párvulos, más un buen grupo de jóvenes sirvientas para la Escuela Dominical, se abrió el segundo colegio de la Congregación que se llamaría de La Inmaculada. Este nombre indicaba que las Hijas de Jesús daban un paso más y lo hacían seguras bajo el amparo y particular protección de la Virgen, a quien, desde la fundación de la Congregación, habían tomado para siempre como “estrella de sus caminos”.

FUNDACIÓN EN LA PURÍSIMA-MONTELLANO (1877)

El Palacio Montellano, construido a finales del siglo XV, perteneció a los nobles linajes de los Solís y los Paz. La denominación de Montellano, con la que se conoce actualmente el edificio, deriva de los sucesores de los Paz, que recibieron el título de duques de Montellano.

En 1594, don Álvaro de Paz, deán de la catedral y consejero del rey Felipe II, lo donó a los Trinitarios Calzados que lo convirtieron en convento y colegio. De su época conventual se conservan el claustro, con robustos pilares y los escudos trinitarios entre sus arcos, y la fachada de la iglesia.

Como consecuencia de las sucesivas desamortizaciones del siglo XIX y la exclaustración de los Trinitarios en 1863, el edificio pasó por diversos destinos: escuela de nobles y bellas artes, conservatorio de música, almacén de ultramarinos e incluso fonda.

En 1875, el entonces obispo de Salamanca, Narciso Martínez Izquierdo, compró el edificio y, tras una larga reforma y adecuación de espacios, lo cedió en usufructo a la Congregación de las Hijas de Jesús, que en 1877 abren en él el Colegio de la Inmaculada, destinado a la instrucción y educación de niñas y jóvenes. La labor educativa se continuó hasta el año 2002, cuando los últimos alumnos se trasladaron al Colegio Sagrado Corazón, también dependiente de las Hijas de Jesús (desde 2018 de la Fundación Educativa Jesuitinas) y situado en la actual Avenida de los Reyes de España.

En 1977, con la firma de la adscripción a la Universidad de Salamanca, añadió a sus funciones su actual andadura como Colegio Mayor Montellano, proporcionando a las universitarias un clima adecuado para el estudio y el desarrollo armónico de valores humanos y cristianos.
En el colegio de la Inmaculada, santa Cándida vivió más de veinte años (1877-1899). Aquí llevó a cabo labores de gobierno de la Congregación y de la vida colegial, dando clase de religión a las jóvenes dominicales. También participó en la formación de novicias y profesas, pues una parte del edificio se destinó a las hermanas.

Durante sus años en Montellano, santa Cándida pasó muchas horas escribiendo las Constituciones de la Congregación en las estancias del torreón. Primero, para su aprobación diocesana en 1892 por el obispo Fray Tomás Cámara y Castro; más tarde, para conseguir la aprobación del Santo Padre. Este lugar también fue testigo, en 1894, del primer Capítulo General de la Congregación, en el que fue elegida Superiora General.

Las peticiones que recibía para fundar colegios y comunidades en otros lugares llevaron a la madre Cándida a viajar con frecuencia: Arévalo, Bernardos, Tolosa, Segovia, El Espinar, Coca o Medina del Campo, fueron obras que se abrieron con Montellano como referente.

En 1899, la madre Cándida fijó su residencia en los Mostenses, a orillas del río Tormes, donde se trasladó el noviciado. Al colegio de la Inmaculada siguió viniendo en numerosas ocasiones para acompañar la vida colegial y la de las hermanas. En una visita a la superiora de la comunidad, para felicitarla por su cumpleaños, se sintió enferma, sin fuerzas. Santa Cándida muere el 9 de agosto de 1912 en una habitación que en 1996, año de su Beatificación, se transforma en oratorio.

FUNDACIÓN EN ARÉVALO (1886)

En 1886 se le presenta a la madre Cándida la posibilidad de iniciar la expansión apostólica de la Congregación de las Hijas de Jesús fuera de la diócesis de Salamanca, donde había sido fundada, abriendo un colegio en la histórica villa de Arévalo.

La solicitud de la fundación de Arévalo fue presentada por la madre Cándida al obispo de Ávila, don Ciriaco María Sancha, quien aceptó rápidamente preocupado por la situación religiosa de la localidad y considerando “los grandes beneficios a las niñas que asistan al colegio”.

Santa Cándida encontró en Arévalo una gran bienhechora: doña Ana Villa Nieto, quien cedió una casa de su propiedad y otras ayudas para establecer allí una comunidad y abrir el colegio. El entendimiento entre ambas mujeres no encontró dificultades y todos los trámites y reformas necesarias se resolvieron con facilidad.El 8 de septiembre, en la Plaza del Real nº 12, se abrió la escuela con el nombre de santa Teresa. Pidió la donante que tres religiosas estuvieran siempre en el colegio, pero fueron cuatro las que proporcionó la madre Cándida para hacerse cargo de las clases de niñas y de párvulos.
El día antes de la inauguración del colegio, la madre Cándida visitó Ávila y no dejó pasar la oportunidad de rezar en los lugares donde ella estuvo para poner bajo su protección el colegio que comenzaba su andadura. La devoción de la madre Cándida a santa Teresa es una de las más definidas en su vida espiritual. La fundación de Arévalo le proporcionó la oportunidad de ir a la ciudad de Ávila repetidas veces, dejando clara su sintonía e identificación con la santa castellana, a la que consagró aquel colegio con el que iniciaba una prometedora expansión de su obra.

FUNDACIÓN EN BERNARDOS (1887)

En 1887, un año después de la fundación en Arévalo, la madre Cándida vio en Bernardos un campo propicio para la enseñanza de niñas, párvulos, sirvientas y obreras de las numerosas fábricas de harinas, chocolate o paños de la zona. Por eso, aceptó la propuesta de fundación que le hizo don Miguel Llorente Bartolomé, diputado provincial e hijo del pueblo que por su cargo tenía conocimiento de la madre Cándida y su obra.

El diputado y la madre Cándida se entrevistaron muy probablemente en Arévalo, en marzo de 1887, y pronto comenzó el proceso para la implantación de un nuevo colegio. Este bienhechor, que deseaba favorecer a Bernardos con una escuela de carácter cristiano con los bienes de que disponía, le ofreció a Cándida María una amplia casa para vivienda de las religiosas y locales para colegio, así como una renta de 1.000 pesetas anuales para sostener una escuela gratuita de niñas.

El obispo de Segovia, don Antonio García Fernández, antiguo director espiritual de las Hijas de Jesús en Salamanca, aprobó con satisfacción el proyecto. Su beneplácito y apoyo motivó más a la madre Cándida a la hora de aceptar la propuesta.Hechas las reformas de la casa para dar lugar a las aulas y otras dependencias, el colegio se inauguró un 29 de septiembre, festividad de san Miguel, bajo el nombre de Virgen del Castillo, devoción muy arraigada en Bernardos.
Con un acto muy sencillo, lleno de cariño y alegría, al que acudió todo el pueblo, quedaba abierto en la calle de San Roque un nuevo colegio de las Hijas de Jesús. En sus comienzos asistieron 62 niñas externas pensionadas, 73 párvulos de ambos sexos y 40 niñas gratuitas. Posteriormente se abrieron también clases para jóvenes obreras y sirvientas.
El colegio se cerró en 1955, cuando las circunstancias lo aconsejaron. Las hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, congregación dedicada a la educación, especialmente en zonas rurales, tomaron el relevo en la tarea iniciada por las Hijas de Jesús. A su vez, se vieron obligadas a cerrar el colegio pasados unos años. A día de hoy, ocupa su lugar otro edificio que en nada se parece al primitivo.
Aquella presencia de las Hijas de Jesús en Bernardos es recordada con estima y agradecimiento por parte del pueblo, que ha valorado siempre su labor como educadoras y como vecinas. Algunas hermanas descansan todavía en el cementerio de este lugar.

FUNDACIÓN EN TOLOSA (1888)

Se encontraba santa Cándida en San Sebastián con motivo de la enfermedad de su madre y para tomar baños de mar indicados por los médicos, cuando una carta de doña Bernarda, tía de doña Isabel Garmendia de Araquistáin, alteró sus planes. De un modo inesperado, se le abrió el horizonte ante algo que llevaba tiempo rondando en su cabeza y sintiendo en su corazón: fundar en Tolosa un colegio para la educación de niñas era lo que Dios quería.

En plenas gestiones para abrir en Segovia el Colegio del Sagrado Corazón, intuía que esta nueva misión iba a ser una tarea ardua. Sin embargo, las experiencias fundacionales anteriores le habían enseñado que, si “Dios lo quiere”, no desaparecen las dificultades, pero siempre le acompañaba su fuerza.

Para comenzar, encontró mucha resistencia en el sacerdote don Martín Barriola, quien le había acompañado en su juventud como confesor y había sido de gran ayuda para su marcha a Burgos. La madre Cándida solicitó una casa que él tenía en la calle de la Rondilla nº 12 para fundar el nuevo colegio. La respuesta negativa de don Martín no le acobardó y siguió manifestándole con paciencia su deseo. Finalmente, el sacerdote cedió y puso a su disposición la casa, cuya donación y escritura fue el origen de enormes desvelos en los años siguientes.

La casa que don Martín donaba no reunía condiciones para colegio, pero podía venderse para construir con el beneficio un edificio para escuelas. Contando con eso, la madre Cándida alquiló a la condesa de la Vega de Sella una casa de campo amplia y espaciosa situada en la vega de Lancoain-Garaicoa. Allí se inauguró el 12 de octubre de 1888, con clases para niñas internas y gratuitas, el nuevo colegio de las Hijas de Jesús bajo la advocación de san José.De todas las posibilidades que se le ofrecían a la madre Cándida para continuar ampliando la labor iniciada en Tolosa, la más adecuada era comprar la casa en la que estaban alquiladas. Se implicó primero en la compra del edificio y, más adelante, en levantar uno nuevo, pero no fue fácil llevar todo adelante. Fueron muchas las dificultades económicas a las que tuvo que hacer frente, pues sobrevenían los impagos, la exigencia de pagos atrasados a los trabajadores, la amenaza de retirar ayudas o de ofrecer lo prometido a un mejor postor. Pero siempre aparecía una inesperada herencia o una limosna cuantiosa. Dios lo quiere”, expresaba con fe.
En medio de todas las dificultades, fueron de gran ayuda las cartas que recibía del padre Herranz, tan cercano aún en la distancia, con la invitación a poner en juego todas sus capacidades, tocar todas las puertas posibles y poner toda la confianza en la Providencia de Dios.
La madre Cándida siguió buscando la financiación necesaria. Finalmente, en 1896, con el apoyo y ayuda del obispo de Vitoria y con lo obtenido por la sufrida venta de la casa cedida por don Martín Barriola ocho años antes, pudo pagar las deudas que durante tanto tiempo le preocuparon. “Esta fundación me cuesta más que todas las demás juntas, pero en ella se dará mucha gloria a Dios”.
Tantas tensiones y dificultades, junto con las de otras fundaciones simultáneas, fueron repercutiendo en la salud de Cándida María. Sin embargo, en las múltiples cartas que de todo este proceso dan cuenta, se muestra siempre confiada en Dios, hasta el punto de expresar desde lo más hondo de ella: “Bendito sea Dios que tanto nos quiere; ¡Bendito sea Dios por todo!”.

FUNDACIÓN EN SEGOVIA (1889)

El 20 de enero de 1888, se encuentra en Segovia la madre Cándida invitada por don Miguel Llorente Bartolomé, bienhechor de la fundación de Bernardos, a las fiestas de acción de gracias por la canonización del jesuita segoviano del siglo XVII Alonso Rodríguez. Este viaje será el punto de partida de la fundación del Colegio Sagrado Corazón de la ciudad del acueducto.

La madre Cándida y sus acompañantes, las hermanas Petra, Francisca y Filomena, escucharon charlas y homilías sobre la vida y camino de santificación de san Alonso en la iglesia románica de San Justo. Cándida María prolongó largamente su oración y su discernimiento, saliendo de aquellas celebraciones y recogimiento con el convencimiento de que era voluntad de Dios fundar colegio en Segovia.

Aunque la madre Cándida prefería las fundaciones en pueblos, donde el abandono era mayor, Segovia era una ciudad de unos 14.000 habitantes con una vida sencilla en la que la industria estaba representada pobremente por fábricas para transformación de los productos del campo como las de harina o por algunas que trabajan la loza y el papel.

Con el beneplácito del obispo de Segovia, viejo conocido, Cándida María se reafirmó en su decisión de fundar y emprendió de inmediato la búsqueda de casa para su futuro colegio entre muchos caserones deshabitados que se iba encontrando, propiedad de familias que residían en Madrid.

Tras un largo proceso salpicado de achaques médicos, viajes accidentados, otros asuntos que requerían su atención y negociaciones truncadas con varios propietarios, llegó a un acuerdo de alquiler con el general Ceballos, propietario de un inmueble en la calle Trinidad, nº 2.

Cinco hermanas se harían cargo de la nueva fundación, que se inauguró el 8 de mayo de 1889 bajo el nombre de Sagrado Corazón de Jesús. Se abrió con una clase para pensionistas y otra para la enseñanza de niñas pobres. Posteriormente se amplió, con apoyo de la infanta Isabel de Borbón, con una para párvulos. En 1898, se inauguró otra para atención dominical de sirvientas.

En el edificio de la calle Trinidad residieron las Hijas de Jesús hasta el año 1902, cuando, tras muchas búsquedas, negociaciones y ayudas, se trasladaron a otro con mejores condiciones en la Plaza de San Geroteo, frente a la catedral.

En 2011, tras 122 años ininterrumpidos de formación en valores y conocimientos, el Colegio Sagrado Corazón cerraba sus puertas víctima del descenso de población escolar del centro de la ciudad. La fundación que hizo pasar por tantas vicisitudes a la madre Cándida, hasta el punto de expresar que “sin cruz no se va a ninguna parte. Vengan cruces y hágase la voluntad de Dios”. Dejaba tras de sí una estela de “miembros útiles para la sociedad”, cumpliendo así los deseos de santa Cándida y de quienes compartieron su labor educativa con el paso del tiempo.

FUNDACIÓN EN EL ESPINAR (1891)

Embarcada en la costosa fundación de Tolosa, recibe santa Cándida una carta del párroco de El Espinar, villa segoviana al pie de la Sierra de Guadarrama, pidiéndole una fundación. Para ello, el ayuntamiento había solicitado ayuda al Patronato de Damas de la Enseñanza, cuya presidenta era la infanta Isabel de Borbón, quien apoyaba personalmente el proyecto.
El Patronato aportaba cinco mil reales con la condición de abrir clase de párvulos que dotaría con todo lo necesario. También se podría tener clase para mayores pensionadas porque, aunque había una en el pueblo, estaba muy desatendida.

Parecía difícil que santa Cándida dejara de dar el sí a aquella fundación, no solo por la presencia de la infanta, a la que la unía un especial aprecio, sino por saber que aquel era uno de esos pueblos “más necesitados de nuestras escuelas”. Sin embargo, la madre Cándida no da respuesta sin antes consultarlo y pensarlo bien delante de Dios. También pide opinión al padre Herranz y al padre José Bruned, del Corazón de María, conocedor de la zona y con quien años antes ya había tanteado la posibilidad de una fundación. Todo y todos parecen animarla y acepta la propuesta.

Tras un encuentro en La Granja de San Ildefonso con la infanta en el que tratan largamente de todo lo relacionado con la fundación, santa Cándida pone rumbo a El Espinar. Allí es recibida con muestras de alegría por el pueblo y las autoridades, que posibilitan la adquisición de una casa con huerta incluida. El ayuntamiento se compromete, incluso, a proporcionar leña para todo el año además de médico y farmacia gratis. No estaba la madre Cándida acostumbrada a las facilidades en una fundación. Vive el rápido y buen desarrollo de la preparación de El Espinar como un contrapeso por las dificultades que en otras está viviendo y no deja de dar gracias a Dios en la prosperidad y en la contradicción.

Enseguida quedan dispuestos los arreglos que el edificio necesita y la madre Cándida puede centrarse en otras tareas que en ese momento reclaman su atención, especialmente la labor de completar las Constituciones para pedir al obispo de Salamanca la definitiva aprobación diocesana.

Las obras de adecuación terminan rápidamente y el 18 de enero de 1891 se inaugura oficialmente la casa y el colegio. El pueblo está ansioso por el comienzo de la labor de las Hijas de Jesús, que intuyen traerá beneficios. Muestra de ello es el acto de inauguración, en el que se vuelcan cuidando todos los detalles. Eucaristía solemne con parte musical, bendición, traslado del Santísimo, discurso del alcalde, poesías para la ocasión compuestas y recitadas por el médico. Hasta dos parejas de la Guardia Civil tuvieron que contener al pueblo.

Con alegría popular se ponía el curso en marcha en el nuevo colegio, del que poco después se mostraba por carta muy satisfecha la infanta, en cuyo honor recibió el nombre de Santa Isabel.

FUNDACIÓN EN COCA (1893)

Coca, antigua ciudad de celtíberos y romanos, vive a finales del siglo XIX cierto resurgimiento económico gracias a la explotación de sus extensos pinares y al establecimiento de industrias resineras. Crece la construcción y los habitantes aumentan de forma considerable. Este es el momento en que a la madre Cándida se le brinda la fundación.

El arcipreste de Coca escribió a santa Cándida en marzo de 1892 presentando el proyecto, que contaba con el apoyo del Patronato de Escuelas de Párvulos, del ayuntamiento y, de nuevo, de la infanta Isabel de Borbón. Ofrece una pensión de mil pesetas anuales para la creación y conservación de una escuela, casa con huerta y obras de adaptación del edificio a cargo del municipio. Pide a la madre Cándida que, en caso de aceptar, se persone en Coca rápidamente para dar su opinión sobre los espacios destinados a las clases. Una vez más, la madre Cándida tendría que ejercer de “arquitecta”.

Tras varias cartas más intercambiando información, santa Cándida acepta la fundación y en junio de 1892 viaja a Coca para ver la casa comprada para el colegio. Era grande la obra que necesitaba y se prolongó durante meses, tiempo que la madre Cándida ocupó en otros asuntos, especialmente relacionados con problemas de la fundación de Tolosa.

El 20 de enero llega la madre Cándida acompañada de cuatro hermanas a Coca para preparar la apertura de la nueva casa y colegio. Son recibidas con muchas muestras de cariño y emoción. Las obras se han realizado sin problema y a gusto de la comunidad, todo está en orden y a punto. La inauguración se haría el 23 de enero, en la onomástica del rey D. Francisco de Asís de Borbón, fallecido en abril de 1892, y festividad de S. Ildefonso, tal como lo deseaba la Infanta Isabel. Hermanas y alumnas de Salamanca y Bernardos acudieron a Coca para participar en los actos, que incluyeron misa, traslado del Santísimo, bendiciones, discursos y concierto de piano y pandereta.

El colegio, que también se llamó de San José, arrancó su camino con más de cien niños y niñas matriculados. Desde la fundación y hasta su cierre en 1936, se educaron en Coca 6800 párvulos gratuitos y 1600 externas pensionistas, además de surgir vocaciones de Hijas de Jesús.

FUNDACIÓN EN MEDINA DEL CAMPO (1896)

En diferentes ocasiones había pasado santa Cándida por la histórica villa, residencia en otros tiempos de nobles y reyes, de Medina del Campo. Muchas veces había podido contemplar sus enormes campos de trigo, sus pardos barbechos y su horizonte despejado.

El 19 de octubre de 1893, viajaba la madre Cándida desde Coca a Tolosa y debía parar en Medina para cambiar de tren. Le quedaban unas horas de espera y, como era su costumbre, se dirigió a hospedarse al convento de madres Carmelitas, fundado por santa Teresa. Allí, la priora avisó a santa Cándida de que don Isidoro Sanz, un sacerdote de Medina, andaba pensando emplear la herencia de su hermana, doña Regina, para crear un colegio de religiosas en la localidad. Más de una vez había pasado por la mente de santa Cándida el deseo de fundar en Medina, nudo de comunicaciones que a todas partes llevaba. Se hacía necesario tener una casa allí y, ahora, se presentaba la oportunidad. Una vez más, no sería fácil. Comenzaba un camino lleno de altibajos que se prolongaría varios años.

Se comprometía don Isidoro a adquirir a sus expensas un edificio que reuniera las condiciones necesarias para el fin que se pretendía. Además, entregaría una cantidad económica anual para el sostenimiento de la clase de párvulos. Los demás gastos y arreglos correrían a cargo de las Hijas de Jesús.Comenzaba en ese momento la tarea de encontrar la casa adecuada. La elegida fue la que llamaban de Doña María de la Cabeza, en la calle de san Martín, 26, pero faltaban 4000 reales para su compra y don Isidoro no daba ni uno más. Además, por la minoría de edad de los herederos de la casa y para cumplir la ley, esta tenía que salir a subasta pública, con el riesgo de que otros compradores pujaran por ella. Fueron días de espera, nervios y miedos que se templaban en la oración. Al fin, el asunto se resuelve favorablemente y por la cantidad de dinero de la que se disponía. Con la propiedad ya adquirida, son necesarios arreglos y compras para adaptarla al nuevo colegio. Surgen de nuevo los problemas económicos y múltiples desagravios por parte de don Isidoro, que no cumple totalmente con lo acordado. Las tensiones sufridas por la madre Cándida repercuten en su salud, apareciendo fiebres y fatigas que alteran planes y plazos. Por fin, en septiembre de 1894, la comunidad de Hijas de Jesús se traslada a la nueva casa y colegio, que quedó bajo la advocación de san José. La idea inicial era abrir una clase para adolescentes, que es lo que más urgentemente necesitaba el pueblo. Sin embargo, don Isidoro no permite abrir esa clase en la propiedad que él ha financiado hasta que no estuviera acabada la de párvulos. Santa Cándida quiere comenzar la labor cuanto antes, por lo que inicia la búsqueda de otra propiedad temporal para poder iniciar las clases con las alumnas mayores hasta que terminen las obras. Se eligió el llamado Palacio del Almirante, en el que se alquilaron habitaciones haciendo frente a una situación económica muy precaria. En octubre de 1895, tras casi un año activa, se cierra la clase en la casa del Almirante. A comienzos de 1896, se impulsan los trabajos en el colegio de san José prolongandose hasta el 9 de septiembre, cuando se abrió por primera vez la clase de párvulos. Poco después, comienzan las clases para pensionistas y las dominicales. En 1955, el colegio se trasladó a otro edificio en la calle Apóstol Santiago, donde, desde entonces, ha celebrado ya dos aniversarios de su fundación: los 100 años, en 1994 y los 125, en 2019. Una vez más, una fundación puso a prueba la fe y paciencia de santa Cándida, quien en una de sus cartas, haciendo referencia a esta fundación, escribe: “Tenemos que tener paciencia en todas las cosas, y digamos con santa Teresa de Jesús: `Solo Dios basta; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, nada le falta”.

FUNDACIÓN MOSTENSES (1899)

«¡Los Mostenses ya son nuestros!» Con esta expresión de alegría y euforia reaccionó santa Cándida en febrero de 1899 cuando finalizaron las arduas gestiones que permitieron la adquisición de los Mostenses y la apertura de un noviciado para las Hijas de Jesús.
Siguiendo las recomendaciones del padre Herranz: «Las novicias aparte, y tú con ellas», santa Cándida buscó la manera de fundar un establecimiento que sirviera, en exclusiva, de noviciado para la Congregación. Como afirmaba, lo primero era la formación del espíritu y, para ello, era necesario que las novicias comenzaran su vida en la Congregación en un ambiente de adecuado recogimiento, estudio y oración. Antes de la fundación de los Mostenses, las novicias vivían en los mismos colegios, conviviendo con las hermanas profesas, ejerciendo como maestras desde el primer momento, sin adquirir la necesaria preparación espiritual como Hijas de Jeśus.
Los marqueses de Castellanos conocían la intención de santa Cándida y, desde 1893, ofrecieron el dinero necesario para la adquisición de un edificio en la ciudad de Salamanca. Esta cantidad provendría de la venta del antiguo convento de los premostratenses, situado en el arrabal de San Polo, inmueble que les pertenecía y que amenzaba ruina.
A instancias de la marquesa, santa Cándida realizó un viaje a Madrid en el que se entrevistó con la infanta doña Isabel y abrió suscripción para reunir el dinero necesario para la creación del noviciado. En este viaje cristalizó la idea de fundar el noviciado en el mismo edificio de los Mostenses, aunque fuera de manera provisional.

Como solía ocurrir en estos casos en los que santa Cándida se «arriesgaba» en su afán por fundar, la comunidad del colegio de Salamanca y el obispo de la diócesis, pusieron trabas y dilataron la decisión, pues no veían viable del proyecto ni tampoco idóneo el edificio. Sin embargo, la comisión encargada por el obispo los reconoció como habitables. En este contexto tuvo lugar el primer Capítulo General de la Congregación, el 20 de diciembre de 1894, en el que santa Cándida resultó elegida Superiora General. Desde entonces, sus gestiones adquirieron un carácter más oficial. Ahora bien, tuvieron que pasar cinco años de negociaciones con los marqueses y dificultades constantes por parte del obispo y la comunidad hasta que, por fin, se adquiera el edificio y su huerta. Los marqueses quisieron solemnizar la boda de su hijo primogénito con esta cesión piadosa de la que la ciudad se enteró por una nota de prensa.
El 21 de abril de 1899, tras volver de Segovia, santa Cándida, junto con sus consejeras y algunas hermanas, visitó los Mostenses, que ya eran de las Hijas de Jesús. La restauración del edificio duró año y medio, pero el traslado de las novicias se hizo en cuanto hubo lo indispensable, el 23 de septiembre de 1899. Casi doce años vivió santa Cándida en la Casa Noviciado. La presencia de la Madre, su ejemplo de aceptación y alegría, fue la mejor escuela para aquellas futuras Hijas de Jesús.
Actualmente, los Mostenses albergan una comunidad de las Hijas de Jesús y una casa de acogida.

FUNDACIÓN EN PITILLAS (1909)

Con motivo de la fundación del colegio de Segovia, santa Cándida conoció al obispo don José Cadena y Eleta, con quien mantuvo una profunda amistad, incluso cuando fue trasladado a la sede de Vitoria en 1904.
Don José Cadena y Eleta deseaba favorecer a su localidad de origen, Pitillas (Navarra), con la creación de una escuela que financiaría con su propio dinero. Para esta iniciativa quiso contar con las Hijas de Jesús, de quienes guardaba tan buen recuerdo de su estancia en Segovia, y con cuya fundadora mantenía una estrecha relación epistolar.
Esta fundación, al contrario que otras que emprendiera santa Cándida, fue muy sencilla, pues el obispo se volcó con el proyecto, edificó la casa e hizo todas las gestiones necesarias. Previamente, en mayo de 1908, se encontraron en el Colegio de San José de Tolosa para tratar todos los pormenores.
Cuando las obras iban adelantadas, el 3 de septiembre de 1909, santa Cándida visitó junto con el obispo la localidad para ver las condiciones del edificio. En la estación fueron recibidos por la corporación municipal y por muchos vecinos de la villa que salieron a ovacionarlos. En las casas se pusieron colgaduras y por las calles hombres, mujeres y niños gritaban vivas. Al día siguiente, el obispo celebró misa en la iglesia parroquial y el 6 de mayo santa Cándida y sus hermanas volvieron a su residencia. La fundación deseaba hacerse el 12 de octubre, día de El Pilar, pero como las obras estaban retrasadas, no pudo hacerse hasta el día 24.

El día 15 de octubre llegaron las primeras hermanas al colegio, que tomó el nombre de san José en honor a su fundador, don José Cadena y Eleta. Al igual que en septiembre, el pueblo las acogió con vuelo de campanas y “llamando a las monjicas, ricas, guapas y todo lo que se les ocurría».

Además de la construcción del colegio, el obispo Cadena y Eleta dejó fundada una capellanía para su capilla, cuyo capital quedó depositado en el obispado de Pamplona. El ayuntamiento de Pitillas también subvencionó al colegio con mil pesetas anuales. A pesar de la ayuda de las familias, el colegio vivió estrecheces económicas, pero siempre contó con la colaboración de los habitantes de Pitillas, que en la medida de sus posibilidades, contribuían con productos de la huerta, huevos y, en los días señalados, carne.

Tan cordial llegó a ser la relación entre el obispo y las Hijas de Jesús que cuando se encontraba descansando en Pitillas o de visita en Tolosa solía alojarse en sus casas.

El colegio estuvo abierto más de 50 años, hasta 1963, momento en el que la Congregación abrió un nuevo centro en el barrio pamplonés de la Txantrea.

FUNDACIÓN PIRENÓPOLIS (1911)

En su carta del 18 de noviembre de 1910, el padre Bruno Alberdi Zugadi describía la ciudad de Pirenópolis como la más grande del estado de Goyás. En su reunión en Vitoria, el obispo don José Cadena y Eleta explicó a santa Cándida y sus hermanas que las condiciones del viaje no podían ser más satisfactorias «pues el prelado de allí está para favorecernos en todo; lo mismo el ayuntamiento y los fundadores. Estos son un matrimonio riquísimo, de setenta años, y el vicario que escribió la carta es vascongado. Nos dan también capellán y casa para este; hasta se ofrece una señorita de las familias más distinguidas de allí para enseñar la lengua portuguesa». Desde Brasil el párroco envió una letra de 4.030 pesetas para pagar los gastos del viaje.
El 30 de septiembre fueron despedidas, con gran emoción, en Salamanca. Después de una travesía de veinte días llegaron al puerto de Santos y cogieron el ferrocarril. Tras 15 días de camino a pie, a caballo y en balsa, llegaron a Pirenópolis. Antes de hacer su entrada en la ciudad, se detuvieron en la Hacienda Furmas, donde se lavaron y vistieron para presentarse bien al pueblo que las esperaba. En la villa las recibió la banda de música, que tocó el himno nacional de Brasil y de España, la casa engalanada y llena de gente emocionada.

Pirenópolis apenas llegaba a los 3000 habitantes, a pesar de ser la ciudad más importante del estado. El entorno cultural nada tenía que ver con España: la religiosidad cristiana era mucha y se mezclaba con las antiguas creencias indígenas y los cultos africanos.
La casa donada como escuela era una construcción de un solo piso con quince habitaciones que, anteriormente, había sido la casa de los esclavos del señor. La apertura de las clases se dio al año siguiente, con 8 internas, 110 externos y 15 gratuitos, divididos en tres: párvulos y primaria (mixtos) y magisterio (femenino). En 1919 la escuela fue reconocida oficialmente como Escuela de Magisterio. El colegio adoptó el nombre de la Inmaculada.
Como en todas las fundaciones, los inicios estuvieron acompañados por la dificultad económica, a pesar de que el ayuntamiento sostenía a las gratuitas y el estado a las de primera enseñanza. En la década de los 20, en cambio, gracias a varias donaciones, gozaron de cierta prosperidad y pudieron colaborar en la construcción del colegio de la Inmaculada en Bello Horizonte.
En 1926, debido a razones que todavía hoy no se conocen, el colegio se cerró. Quizá fue el aislamiento, o la dificultad para encontrar hermanas dispuestas a vivir allí, o la falta de apoyo espiritual tras la partida del padre Bruno. Sin embargo, Pirenópolis había significado un primer paso en una expansión misionera. Ese año de 1926 habían nacido ya otras cinco casas en Brasil.

FUNDACIÓN MOGI MIRIM (1912)

Hacía poco que había nacido la primera casa de las Hijas de Jesús en Brasil. Tal vez por indicación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, el canónigo Mosisés Nora, párroco de Mogi Mirim, se dirigió a santa Cándida, pidiéndole una segunda fundación en Brasil, «convencido como estaba de la necesidad de la educación de la niñez y juventud». Santa Cándida se apresuró a aceptar y escogió una nueva comunidad formada por seis hermanas que salió de Cádiz el 27 de enero de 1912 en el navío Barcelona. El 11 de febrero llegaron al puerto de Santos y el 13, acompañados por el canónigo, siguieron en ferrocarril hasta Mogi Mirim.
Las hermanas quedaron «agradablemente bien impresionadas con las buenas condiciones de la casa, de la iglesia» y de la acogida proporcionada por el párroco y las gentes de la ciudad. Aunque santa Cándida deseaba dedicar el colegio al Sagrado Corazón, la existencia en la ciudad de una cofradía dedicada a esta advocación, hizo que se decantaran por el nombre de La Inmaculada.
El 17 de marzo se inauguró el colegio con solo 13 alumnos. En agosto llegaron a 119 y a finales de curso fueron 130, de los cuales 110 eran gratuitos.
El colegio se amplió con cuatro clases más y en 1914 contaba con 236 alumnos. Con el paso del tiempo, el colegio fue ampliándose.